viernes, 16 de noviembre de 2012

CARLITA RUTILO EN EL RECUERDO(por Lupe Cajías)



Carlita Rutilo en el recuerdo
Por Lupe Cajías - 16/11/2012


Hace un poco, un film mostraba a Carlita Rutilo transitando por la Plaza de Mayo en Buenos Aires con la ilusión de pedir un trabajo a la presidenta Cristina Kichner, transitoriamente al mando de un Estado que no termina de pagar las responsabilidades por las miles de víctimas y las secuelas del llamado “proceso” de las pasadas décadas 70 y 80.

Carlita representa la acumulación más feroz de todas las posibilidades para dañar la vida de un bebé inocente. El crimen comenzó en Bolivia, pero el Estado plurinacional tampoco se hace cargo de las personas que perdieron su oportunidad sobre la tierra por la acción violenta de los militares, policías, paramilitares y sus cómplices civiles.
Mucho menos se puede esperar de un reconocimiento y arrepentimiento público del Gobierno de los Estados Unidos de América, autor intelectual y cómplice material con enviados especiales como Dan Mitrione, de todo el horror que padecimos los latinoamericanos durante la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional.
Los combatientes sabían que entraban a una guerra, a morir o a vencer, también a matar. Así es toda revolución, toda rebeldía, cuando no hay democracia.
Lo que pocos imaginaban como posible, ni durante la Segunda Guerra Mundial, era la desaparición de los guerreros y el rapto sistemático de niños nacidos en cautiverio o hijos de guerrilleras apresadas.
Carlita es la hija amada de la argentina Graciela Rutilo, hija a su vez de la destacada artista de origen español Matilde Artés, que actuó en Bolivia desde los años 60. Su padre, Lucas, era un combatiente uruguayo que luchaba clandestino en Cochabamba. Ella nació en Lima y vivió sus primeros meses entre Oruro y La Paz. Todas las sangres iberoamericanas corren por sus venas.
Su madre fue detenida en Oruro junto a otros miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y fue encarcelada y torturada en las cárceles clandestinas auspiciadas por Hugo Banzer y las cúpulas de las Fuerzas Armadas bolivianas. Carlita, de nueve meses, fue depositada en el “Hogar Virgen de Fátima”.
Graciela fue pasada clandestinamente a la gendarmería argentina junto con Carlita dentro de la “Operación Cóndor”. Ella fue torturada en Automotores Orletti, Buenos Aires. Lucas murió acribillado en Bolivia. La bebé fue entregada en adopción ilegal al torturador de su padre, el militar Eduardo Ruffo.
La acción de una trabajadora social, Fanny Delaine, el registro, la foto a la extraña huerfanita, fueron la futura tabla de salvación.
Desde el inicio del drama, la abuela Matilde recorrió la tierra y también el cielo, a través del propio Vaticano, para recuperar a su hija y a su nieta. Me tocó vivir de cerca aquel episodio de llantos y de desesperación, y de fuerzas, y de solidaridad continental.
A fines de los 90 se confirmó la desaparición oficial (¿muerte?) de Graciela y se rescató a la niña de manos de la familia adoptiva que la había sometido a diferentes vejámenes. Carlita volvió años después a La Paz a reconstruir parte de su infancia, de su historia.
Como muchos hijos de desaparecidos y bebé secuestrado, Carlita vive amarrada a ese pasado. Hasta ahora, el Estado plurinacional boliviano le niega una reparación moral y material.

La autora es periodista

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