Waldo Albarracín Sánchez
Transcurrieron más
de tres décadas desde aquel fatídico medio día del 17 de julio de 1980, en que
las ambulancias llegaron a la sede de la Central Obrera Boliviana y, cuando los transeúntes esperaban que salgan de
su interior personas de mandil blanco para cumplir alguna labor humanitaria,
emergieron muchos sicarios armados de
metralletas, éstos tenían una misión específica, allanar la referida sede
sindical, ya sabían que en su interior estaban reunidos representantes de las
principales organizaciones populares y políticas, quienes habían caído en la
trampa de los militares, éstos planificaron inteligentemente el operativo.
Primero protagonizar un levantamiento militar en Trinidad por la mañana
precisamente para provocar la reunión del entonces Comité Nacional de Defensa de la Democracia
(CONADE) en La Paz y atrapar a todos los asistentes a dicha reunión para
llevárselos presos a las caballerizas del Estado Mayor. Es más, los sicarios
tenían otra misión específica, asesinar
a uno de los líderes más lúcidos de la izquierda boliviana, Marcelo Quiroga
Santa Cruz, quien fue reconocido por los paramilitares, recibiendo una ráfaga
que lo dejó mortalmente herido, siendo llevado junto a los demás en esas
condiciones, desde esa fecha nunca más supimos de él ni de otros dos que
corrieron similar suerte Carlos Flores y Gualberto Vega.