sábado, 20 de octubre de 2012



SIGLOS Y DÉCADAS
Roger Cortez Hurtado

El cumplimiento de un nuevo aniversario del histórico repliegue militar a los cuarteles que se dio en nuestro país en octubre de 1982, ha servido para repetir, modificado, el verso del brasileño Alfredo Le Pera quien le puso la letra al tango “Volver”.

“Veinte años no es nada” (treinta para la democracia boliviana) es una sentencia equilibrada cuando se aplica a procesos históricos que parecen arrastrarse cansinamente, en especial cuando se comparan con la agitada y efímera vida de los individuos. Los años continuos de vigencia de un sistema democrático de gobierno son ciertamente breves si se comparan con los casi dos siglos que tiene de fundada nuestra República.


Y resultan todavía más cortos, inclusive sumando el tiempo que transcurrió entre abril de 1952 y los meses de primavera democrática, entre el deceso de Barrientos y el retorno de las dictaduras en agosto de 1971, si se confrontan con los siglos de opresión que ha tenido que resistir la enorme mayoría de nuestra población desde que las tropas invasoras europeas llegaron a nuestro continente.

La democracia en nuestro país, entendida como vigencia de libertades, derechos y garantías y apertura de espacios participativos, es una construcción tremendamente costosa y todavía excesivamente precaria que demanda un tiempo demasiado largo en afirmarse.

Las amenazas y trampas que la rodean se originan en las tramas que urden los sectores que pierden privilegios y monopolios y también en las tentaciones usurpadoras de aquellos a quien el pueblo otorga el mandato de proteger y preservar las libertades conquistadas.

Son estas últimas las más peligrosas y traicioneras porque se desenvuelven, sinuosas y taimadas, ostentando un lenguaje liberador, al mismo tiempo que enredan, maniatan y retacean lo que han conquistado las luchas sociales.

El fracaso de poner en pie un sistema judicial, elementalmente equitativo y respetuoso de las leyes, ya sea en clave liberal o en la del “proceso de cambio” es la muestra más acabada de la imperfección y debilidad de los avances democráticos.

Ayer fueron millones de dólares tirados por el caño en reformas siempre inconclusas y defectuosas y hoy en elecciones judiciales y expectativas truncadas, para arribar al mismo resultado: un aparato burocrático servil con el poder y feroz con los ciudadanos y la justicia.

El torpe rechazo del Amparo Constitucional presentado por los representantes de los pueblos del TIPNIS y que reclamaban por sus derechos y la grosera negación a atender la Acción Popular de ciudadanos que objetan el desconocimiento de nuestros derechos ambientales colectivos, marca otra fea rajadura en la construcción democrática boliviana.

Pero, si todavía hay alguien que, en comunión con las prácticas y creencias dictatoriales pasadas, espera que esas fallas amilanen o extirpen la obstinada –terrible y sublime a la vez- determinación popular de hacer valer sus conquistas, puede estar seguro que terminará derrotado.

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