martes, 20 de agosto de 2013

ASCENSO DEL FASCISMO Y LA RESISTENCIA POPULAR DEL 19 AL 21 DE AGOSTO DE 1971

A 42 AÑOS DEL GOLPE FASCISTA
Ascenso del fascismo y la resistencia popular del 19 al 21 de agosto de 1971
Jorge Echazu Alvarado
La noche del 21 de agosto de 1971 tragaba con sus sombras todas las esperanzas de uno de los pueblos más valientes del planeta. El golpe derechista y reaccionario había comenzado el 19 de agosto con una asonada en Santa Cruz de la Sierra, donde grupos falangistas y movimientistas lograron agrupar mujeres y lumpen para situarlos frente al recinto policiario en el que se encontraba preso Hugo Bánzer Suárez. Los sectores revolucionarios sorprendidos y desorganizados no atinaron a planear una defensa coherente y se limitaron a reunirse en sus locales.

En efecto, fabriles y universitarios se parapetaron en sus respectivos edificios prestos a la defensa. Esta situación no podía derivar más que en una pequeña escaramuza en la que seguramente habrían vencido los revolucionarios; sin embargo el plan montado comenzó a funcionar, la inmediata intervención del Regimiento "Rangers" comandado por Andrés Selich Shop (uno de los asesinos del Che), determinó que la ciudad cayera en poder de los sublevados.
Dueños de enormes cantidades de armamento, los fascistas y los rangers atacaron los puntos de resistencia popular sometiendo con rapidez los mismos. Comenzaron entonces los asesinatos más repugnantes de que se tenga recuerdo en Santa Cruz. Oficiales al mando de Selich, falangistas dirigidos por Carlos Valverde Barberí y movimientistas encabezados por los hermanos Flores, penetraron en el recinto universitario y en la Federación Fabril con metralletas en las manos y barrieron con los prisioneros.
Cochabamba, Oruro, Sucre, Tarija y otras ciudades del interior del país, cayeron rápidamente en poder de los fascistas, con el simple pronunciamiento de sus guarniciones militares en favor del golpe reaccionario.
EL ENFRENTAMIENTO ARMADO
Las acciones bélicas se iniciaron en La Paz, más o menos al medio día del sábado 21 de agosto de 1.971, cuando el Comando de la Asamblea Popular llamaba al pueblo a concentrarse en la Plaza del Estadio, a fin de recibir armamento para oponerse al levantamiento subversivo del fascismo Unos momentos antes, el Mayor Rubén Sánchez había enviado una vanguardia para atacar desde Villa Armonía el Gran Cuartel de Míraflores reducto principal del Regimiento "Castrillo" el primero en anunciar su apoyo a los golpistas de Santa Cruz. Esa unidad del Regimiento "Colorados de Bolivia" tomó, en efecto, posiciones frente al gran Cuartel e inició un fuego de hostigamiento con armas livianas con la esperanza de sofocar rápidamente la sedición.
La movilización del verdadero pueblo en La Paz, la tarde del 21 de agosto fue realmente impresionante. Cerca de cinco mil personas se agolpaban en la plaza reclamando a gritos las armas prometidas para conquistar, por primera vez, el poder para el pueblo y no así para defender al régimen torrista.
Los viejos fusiles máuser, compañeros inseparables de trabajadores mineros y fabriles bolivianos, aparecieron por doquier. Apenas pudo dotarse a esa masa combatiente de CINCO CARTUCHOS... para luchar toda la tarde. Se podía contar con los de­dos de una mano las armas automáticas que poseían algunos revolucionarios. ¿Dónde se encontraba el armamento que muchos revolucionarios exhibían en calles y plazas durante el gobierno torrista? Algunos dirigentes se movían lejos, muy lejos de los combates y entonces sus armas automáticas, en lugar de servir a la lucha se conver­tían en simples artículos de exhibición.
Muchas veces hemos afirmado que el pueblo boliviano es uno de los pueblos más valientes de la tierra. Esta afirmación no es caprichosa y tiene una explicación. No conocemos otro pueblo que responda con tanta prontitud, con mayor decisión y coraje a los llamamientos de sus dirigentes a la lucha armada. Otros pueblos han sido organizados, dirigidos y llevaron adelante sus luchas armadas de liberación hasta la victoria. En nuestro caso se da el fenómeno de que basta un comunicado radial, una resolu­ción de la Central Obrera, para tener multitudes dispuestas al combate. Y así fue el 21 de agosto. Cinco o seis mil hombres, mujeres, ancianos y hasta niños de 14 años pedían armas y municio­nes para la batalla que ya había comenzado.
LA BATALLA DE LAIKAKOTA
A las dos de la tarde en la plaza de los monolitos, reinaba la más completa confusión. Esto era evidente para todos, unos informaban que el ejército subía del Gran Cuartel hacia el cen­tro de la ciudad y que había que levantar barricadas, algunos grupos dando fe a la noticia se ponían a organizar parapetos en todas las boca-calles. Lo que ocurría en esos momentos era una hábil maniobra de los alzados de Miraflores. Una escuadra del Regimiento abandonó el Cuartel y rápidamente ocupó las alturas de la serranía de Laikakota provocando confusión entre los grupos desorganizados de combatientes revolucionarios.
Las informaciones que circulaban entre la gente eran de las más diversas: "en tal lugar están repartiendo armas", "en tal lugar se pueden conseguir armamentos", etc., etc., muchas de estas "informaciones" llegaron a ser fatales como veremos después. La promesa de los dirigentes de la Asamblea Popular se cumplió muy limitadamente, pues los escasos fusiles que se repartieron no pedían significar mucho. Al mismo tiempo y en toda clase de movilidades, también caminando seguían afluyendo, desde todas direcciones, más y más revolucionarios dispuestos a plegarse a la lucha con cualquier arma. Lamentablemente no existía el armamento indispensable, por ello la muchedumbre tenía que resignarse a esperar la oportunidad de capturar o recibir un arma. De cuando en cuando llegaban las movilidades del Ministerio del Interior y algunos poli­cías trayendo consigo escaso armamento que inmediatamente se ago­taba dada la alta demanda de pertrechos bélicos.
La fracción del "Castrillo" apostada en el cerro de Laikako­ta, ganaba posiciones poco a poco y prácticamente tenía ya a las tres de la tarde, más o menos, tomada toda la colina. Varios dis­paros de mortero hicieron blanco en la elevación al otro lado del corte de la Avenida del Ejército. Los soldados envalentonados se disponían a avanzar sobre la plaza del estadio. En aquellos mo­mentos se produjo la acción más heroica de pequeños grupos sin dirección y por propia iniciativa que determinó no solamente la pa­ralización del avance militar sino la pérdida de la mitad de la colina a manos de esos grupos revolucionarios. Es muy posible que la fracción del "Castrillo" hubiera tenido la misión de pro­bar la capacidad combativa de los efectivos revolucionarios con­centrados en el estadio.
La lucha se trabó en forma violenta por la posesión de la colina. Los grupos revolucionarios con su ejem­plo infundieron valor a la multitud que atacó victoriosamente consiguiendo el repliegue de los soldados. Estos se hicieron fuertes en la mitad sur de la colina, mientras eran atacados desde todas las direcciones y sectores. La batalla principal se desarrolló entonces en la cima del cerro, separados los frentes por cerca de 20 metros.
La fracción del "Castrillo" se atrincheró fuertemente en una pequeña caseta y un arco de cemento que existía en la cima y desde allí impedía los avances que intentaban los diversos grupos de combatientes. El tiroteo era muy nutrido y las bajas crecían en ambos bandos
LOS COMBATES EN VILLA ARMONIA.
Mientras se sucedían los combates en Laikakota, la lucha en Villa Armonía continuaba con sus propias características; las posiciones de ambos bandos no variaban sustancialmente, los fascistas apostados en el cuartel y los revolucionarios en la falda del cerro vecino separados por una profunda quebrada (el río Orkojawira), cuyas laderas abruptas hacían inútiles los esfuerzos de los revolucionarios para acercarse a los muros del Cuartel. Sin embargo se sabe con evidencia que los defensores del Gran Cuartel pasaban, en horas de la tarde alrededor de las 4, una situación desesperada y se hallaban a punto de rendirse, más que por la presión de los atacantes de Villa Armonía, por la perspectiva de verse sitiados por el pueblo en armas que sólo anhelaba en esos momentos capturar ese cuartel en busca de municiones y armamento.
La perspectiva del "Castrillo" era negra, pues hasta entonces ninguna otra fracción del ejército en La Paz había respaldado el golpe, y la posibilidad de una retractación de los comprometidos aparecía como una pesadilla.
Luís Reque Terán, un otro gorila oportunista, a la pesca de la Presidencia de la República, se había estado moviendo desde la mañana a fin de lograr el acuerdo de todas las unidades militares en torno al golpe, parlamentaba con Torres y le ofrecía su apoyo, buscaba a los golpistas e igualmente les prometía su adhesión. En esos trajines reaccionarios fue detenido por un grupo de universitarios armados que, cometiendo un error, lo liberó graciosamente, cuando lo correcto habría sido retenerle como prisionero del pueblo lo mismo que a Bánzer que por entonces era prisionero del Ministro del Interior Jorge Gallardo.
Reque Terán ingresó al promediar la tarde en el Gran Cuartel y prometiéndoles ayuda, les pidió, les rogó, que resistieran y no capitularan. La intervención de este general salvó al Gran Cuartel de caer en manos populares, lo cual hubiera constituido un triunfo sensacional que bien podía ocasionar el colapso de todo el andamiaje golpista y consecuentemente derivado en una insurrección triunfante.
En Villa Armonía combatían conjuntamente los efectivos del Regimiento "Colorados" y un grupo del ELN, lo mismo que revolucionarios dispersos. En las inmediaciones del Cuartel se movían asimismo grupos de jóvenes revolucionarios que cooperaban en diversas formas a los combatientes populares. En las primeras horas de la noche, patrullas del ejército comenzaron a salir del cuartel en forma sigilosa para sorprender a los atacantes. Una de esas patrullas logró apresar algunos niños que distribuían municiones entre los revolucionarios. El grupo de mucha­chos fue introducido al cuartel y comenzó el martirio de los jó­venes. Fueron obligados a marchar de cuclillas y después de ser golpeados salvajemente fueron asesinados a sangre fría y con disparos a quemarropa. Solamente hemos podido recoger el nombre de uno de ellos: Vladimiro Reynaga Barriga, hijo y camarada de lu­cha de un consecuente revolucionario que persiste en la lucha.
LA TOMA DE LA INTENDENCIA DE GUERRA
La Intendencia de Guerra ocupa un viejo edificio que se en­cuentra situado a unos cincuenta metros de la Plaza del estadio. Ninguna disposición expresa había sido tomada por el comando re­volucionario para ocupar dicho cuartel y capturar las armas allí existentes.
El grupo universitario-estudiantil, al margen de cualquier disposición, asaltó el edificio reduciendo a la guarnición, luego de una corta pero tensa acción. Inmediatamente se procedió, por órdenes de quienes hacíamos las veces de dirigentes, a la requisa completa de todas las instalaciones y dependencias de la Intendencia, lo cual dio como resultado el hallazgo de varios centenares de fusiles máuser que estaban siendo sustituidos en el ejército por armas automáticas y semiautomáti­cas.
El armamento capturado fue eficientemente utilizado por los trabajadores y estudiantes que tienen familiarización con esas armas. Muchos fusiles estaban casi inservibles y algunos otros carecían de manivelas, en fin, otros se llegaban a romper en los forcejeos de quienes pretendían armarse porque tenían el madera­men podrido: Empero aún así, la acción fue altamente positiva pues se encontraron cantidades apreciables de munición calibre 30 para carabinas, 9 mm para pistam, granadas de mano (piñas), cananas, cascos de guerra y otros implementos que sirvieron para continuar la lucha y sobre todo para vencer en Laikakota.
SIGUE LA LUCHA EN LAIKAKOTA
Por otro lado, la aviación o el grupo aéreo de combate, tampoco se había pronunciado claramente. Así, más o menos a las 4 y media de la tarde, dos cazas mustang, comenzaron a sobrevo­lar Miraflores con claras intenciones agresivas y hostiles al pueblo y con el visible propósito de amedrentarlo. A la segunda pasada a nadie le quedaba duda a cerca de la posición de la aviación, pues los cazas ametrallaron las faldas de la colina en la que se encontraban parapetados los revolucionarios. La acción no era totalmente clara porque naturalmente los aviadores no tenían informaciones precisas sobre la ubicación de los combatientes, tenemos sabido que la colina estaba ocupada por am­bos bandos, entonces cualquier acción aérea devastadora podía alcanzar también al otro bando. Esta posibilidad fue considerada por los combatientes de Laikakota que decidimos enviar un emisario a consultar con el Comando sobre la posición de la aviación. Efectivamente, el emisario cumplió velozmente su cometi­do y conversó con Lechín. Instalado el viejo dirigente sindi­cal en un jeep de la policía en la calle Casimiro Corral, expresó que el Grupo Aéreo de Combate se encontraba firmemente al lado del Gral. Torres y que se darían las instrucciones para que los aviones bombardeen la co­lina de Laikakota para desalojar a los sublevados.
Naturalmen­te tal disposición era incorrecta por la proximidad de los ban­dos en pugna. El emisario pacientemente explicó a Lechín que deberían darse precisas instrucciones para el ataque a la zona sur de la colina y de ningún modo al sector norte que se encon­traba en manos populares. Lechín agradeció infinitamente la información y dio inmediatas instrucciones para comunicarse con el Alto. Instantáneamente comenzaron a funcionar los "intercomunicadores". Con esas buenas noticias retornó el emisario a la colina disponiéndose inmediatamente el repliegue de los puestos avanzados populares que podían ser alcanzados por los impactos aéreos. (Existe una foto conocida que muestra el momento en que los combatientes bajaban de la Colina). La espera del anunciado ataque aéreo duró aproximadamente una hora, los cazas no volvieron a aparecer y, con la certidumbre de que la información de Lechín no era verdadera, se procedió a re-ocupar las antiguas posiciones en la cima de la colina.
El atardecer caía rápidamente....
Las primeras sombras de la noche encontraron a los combatientes revolucionarios en la tarea fija de ocupar la colina y luego lanzar un ata­que al Gran Cuartel siguiendo la avenida Saavedra. Los combates eran cada vez más encarnizados y por momentos se percibía claramente la posibilidad de rendición de los efectivos sitiados del "Castrillo".
Algunas radios portátiles en manos de los combatientes informaron que el Regimiento "Tarapacá", la pieza maestra de Torres instalada en la ciudad de El Alto para controlar la ciudad y la zona de Viacha, se había plegado a la subversión y que dislocaba sus equipos mecanizados hacia la ciudad partiendo de la Ceja de El Alto. Un largo y sinuoso recorrido esperaba a estos blinda­dos desde su cuartel hasta el Cuartel General de Miraflores. El pueblo en los barrios populares, por los cuales debía necesariamente pasar la columna, en forma desesperada y tenazmente trataba de impedir el paso de los carros de asalto y tanques. En muchos casos los oficiales al mando de la columna recurrieron a la infame mentira y repugnante ardid de simular adhesión a Torres para lograr progresar en su avance hacia el centro de la ciudad. La verdad es que esos mecanizados bajaban a consolidar la tambaleante situación de la subversión al promediar la tarde.
El pueblo, en otros sitios, se sentía inerme ante la arremetida de los monstruos de acero que ante el fuego nutrido de ar­mas livianas levantaban densas columnas de polvo, piedras y acero con sus impactos secos y mortíferos. El pueblo de las zonas populares tiene experiencia de combate, sabe derrotar regimien­tos de gorilas alzados, sin embargo ésta vez fue engañado por los gorilas que si tienen gran habilidad para la mentira. Cual­quiera de los puentes que dan acceso a la ciudad pudo ser volado y paralizado el avance de los carros de asalto, si naturalmente, hubiese habido dirigentes que orienten la acción e informen al pueblo sobre las verdaderas intenciones de los regimientos que convergían hacia el centro de la ciudad. Nada de esto ocurrió porque los encargados de cumplir esas tareas se pavoneaban con sus modernos armamentos allá donde no había peligro, pero podían ser fotografiados y admirados por su "heroísmo". (Militantes del MIR que habían recibido armas automáticas de parte del Ministro Gallardo, efectivamente mostraban sus armas muy lejos de los combates)
LA VICTORIA DE LAIKAKOTA
Alrededor de las 8 de la noche, los combatientes de Laikakota lanzaron el asalto final a la caseta controlada por la fracción del "Castrillo" en la cima de la colina.
Al grito rebelde y revolucionario de: ¡Victoria o Muerte!, los grupos combatientes del pueblo pasaron al ataque capturan­do rápidamente toda la colina y desarmando a los efectivos sobrevivientes que se rendían con lágrimas en los ojos, echando la culpa de la terrible sangría a sus jefes que cobardemente los abandonaron en sus posiciones dándose a la fuga. Algunos impru­dentemente propusieron el fusilamiento de todos los sobrevivien­tes, pero inmediatamente se impuso el criterio correcto de ponerlos en libertad, toda vez que ellos, los soldados, eran parte del pueblo y habían sido obligados a levantar las armas y dis­parar contra él.
La lucha en la colina había cesado. El triunfo correspondió al pueblo armado. Un profundo silencio se apoderó de toda la ciudad que rodea la elevación de Laikakota. Se tenía la sensación de que todo había terminado. Con intensa emoción, entre lágrimas y abrazos, el único verdadero héroe: el pueblo simple y valeroso, vencedor permanente de gorilas y fascistas, entonó con un nudo en la garganta la Canción Nacional. ¡¡Qué vivo y sangrante resultaba aquel "morir antes que esclavos vi­vir" proclamado y cantado por centenares de voces enronquecidas por la sed y la fatiga!! Quienes vivimos aquellos inenarrables momentos de triunfo popular y revolucionario, compren­demos que al escribir estas líneas, al describir pálidamente lo grandioso de aquel instante de la historia nacional, no se puede contener las lágrimas que humedecen nuestros ojos, ni la intensa angustia que atenaza nuestro espíritu al pensar que estábamos muy equivocados creyendo que esa victoria conduciría al triunfo final.
Muchas victorias al estilo Laikakota condujeron a la consecución del triunfo nacional de abril, pero en agosto-71 sólo fue un episodio, grandioso, heroico y al mismo tiempo aislado y solitario.
Alguien, cualquiera, propuso encender una hoguera que comunicara al pueblo todo, el triunfo de las "manos vacías" frente al fascismo criminal, el triunfo de las palomas sobre las escopetas. Muchos heridos eran transportados por los propios revolucionarios y atendidos en la caseta que se había convertido en el último reducto de los soldados donde se amontonaban cadáveres, heridos y también ilesos que fingiéndose muertos esperaban evitar lo que ellos suponían iba a ser una venganza de los vencedores.
LOS TANQUES LLEGAN A MIRAFLORES
Entretanto los vehículos del "Tarapacá" habían llegado ya a la Plaza Murillo y sus efectivos tomaron sin lucha alguna el Palacio de Gobierno. Juan José Torres que momentos antes juró luchar hasta la muerte, precipitó el desbande general asilándose en la Embajada peruana.
Los tanques y carros de asalto, después de ocupar el Palacio Quemado siguieron su marcha en dirección a Miraflores con objeto de auxiliar al Gran Cuartel levantando el sitio que realizaba el pueblo. Los combatientes que minutos antes habían capturado Laikakota bajaban de la colina, súbitamente fueron sorprendidos por voces presas de pánico: "Vienen los tanques". Evidentemente a escasos cincuenta metros de la plaza del esta­dio surgió la sombra de un carro de asalto, sin oruga, con un potente reflector que alumbraba directamente a los últimos grupos que permanecían en la plaza. Un altavoz que lúgubremente repetía: "....diez minutos para alejarse de la plaza.... cinco minutos para dispersarse....", " tres minutos para despejar las calles....", recordaba los tanques nazis aplastando poblaciones y ciudades.
Un pequeño grupo armado de fusiles garante, máuser y metralle­tas, intentó detener el avance pretendiendo destruir un tanque y desde corta distancia dispararon nutridamente todos a la vez con la esperanza de tocar algún punto vulnerable del mecanizado, pero los impactos no parecieron conmover al monstruo de acero que respondió con una andanada ciega y cuyo reflector comenzó a otear la oscuridad vana­mente pues los combatientes se encontraban bien parapetados y cu­biertos por las sombras.
Escuchando las transmisiones de Radio Illimaní, muchísimas personas dejaban centenares y millares de botellas vacías que pudieron ser utilizadas perfectamente como "cócteles Molotov", sin embargo no existía ni gasolina ni otro combustible para el prepa­rado y los tanques y carros de asalto, después de despejar la plaza, pasaron de largo haciendo ulular sus sirenas que interpretan la única melodía digna del fascismo, hacia el cuartel General de Miraflores sellando de este modo la victoria militar fascista.
Radio Illimani, capturada intacta por los amotinados reini­ció casi inmediatamente sus transmisiones con los típicos slogans patrioteros, demagógicos y anti-populares del fascismo.
Lechín se retiraba más o menos a las 11 de la noche por la plaza Uyuni y decía: "....otra vez será... .hay que empezar de nuevo.... hay que deponer las armas y pasar a la clandestinidad.." No obstante todos sus defectos y errores, Lechín "el viejo", supo mostrar la cara, asumir las responsabilidades ante la subversión y en esta forma salvar gran parte de su responsabilidad personal. Nuestra versión coincide con la que presta Lupe Cajías en su conocida obra “Historia de una Leyenda” en la que señala:
«Al pasar por la Plaza Uyuni vimos a Coco Echazú que seguía resistiendo con su grupo... Ya se escuchaban gritos de viva el MNR, viva Falange...» (*)
¡DEPONER LAS ARMAS! ¿Qué significa deponer las armas ante el fascismo? A veces parece lógico, humano y razonable, deponer las armas y volver al cauce político de la lucha social. Sin embargo nuestra actual lucha se libra contra fuerzas que no representan los intereses ni sentimientos de sector alguno del género humano: el fascismo encarna los instintos primarios de bestias con apa­riencia humana que, paradójicamente, aún subsisten a más de un millón de años de que el hombre irguió su columna vertebral.
Jamás el pueblo deberá "deponer las armas" cuando lucha contra el fas­cismo. ¡¡Que sirva como lección!!, no solamente al pueblo bo­liviano sino también a todos los pueblos del mundo. Desarmarse ante el fascismo significa tomar el camino de los judíos. El fascismo convertirá a quien se le rinda en guiñapo, le quitará su condición de ser humano, por eso mismo los revolucionarios, ante el fascismo, debemos gritar bien alto y muy fuerte:
“¡¡VICTORIA O MUERTE!!”
Aisladamente y en diferentes lugares de la ciudad, se produjeron también, el 21 de agosto, infinidad de enfrentamientos limitados y asesinatos de parte de grupículos fascio-movimientistas que disparaban cobardemente y por la espalda a los combatientes revolucionarios que habían ganado las calles. Estas despre­ciables alimañas se encontraban las más de las veces bien prote­gidos en las ventanas de sus domicilios o parapetadas en los te­jados.
Un ejemplo de la ruindad militar-fascista fue el episodio que protagonizaron los fascistas en el Ministerio de Defensa: Radio Illimani, engañada, propaló la información de que en aquel Ministerio se distribuían armas al pueblo para la lucha antifascista, presurosos y entusiastas llegaron hasta allí diversos grupos de estudiantes y obreros mineros. Criminalmente apostados esperaban los asesinos en el interior del edificio, dejaron que la multitud se aproximara y minutos más tarde el traqueteo tartamudo de las ametralladoras pesadas era el único testimonio de la vileza fascista, mientras los cuerpos sin vida de jóvenes y tra­bajadores eran retirados a duras penas por sus compañeros sobre­vivientes. ¡¡Acciones execrables de esta magnitud protagonizaron los "defensores del mundo libre" en su afán de oponerse a los cambios!!
En Sopocachi, el humanitario sacerdote Mauricio Lefebre se­ría cruelmente asesinado, privado de auxilio para ser rescatado y curar sus heridas y finalmente rematado, cuando cumplía sacri­ficada tarea cristiana de auxiliar a heridos.
Los cobardes francotiradores fascistas e “izquierdistas nacionales”, aprovechando la enorme confusión que reinaba en la ciudad, se dedicaban metódicamente al crimen. En cualquier plaza, calle o lugar de la ciudad se oía un disparo y entre la multitud alguien caía muerto o herido y na­die sabía quien había disparado. Incontables bajas se produjeron de este modo.
La batalla de La Paz había concluido, el triste camino de la retirada, del exilio, de la clandestinidad, de la soledad había comenzado. La noche era muy negra y muy densa.
«Terminaba aque­lla jornada trágica y heroica de agosto de 1.971.» (**)
Notas:
(*) CAJÍAS, Guadalupe (Lupe). “Historia de una leyenda”. Pág. 314.
(**) ECHAZU ALVARADO, Jorge. “El militarismo boliviano”. Obra de consulta.

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