A 42 AÑOS DEL GOLPE FASCISTA
Ascenso del fascismo y la resistencia popular del 19 al 21 de agosto de
1971
Jorge Echazu
Alvarado
La noche del 21 de agosto de 1971 tragaba con sus
sombras todas las esperanzas de uno de los pueblos más valientes del planeta.
El golpe derechista y reaccionario había comenzado el 19 de agosto con una
asonada en Santa Cruz de la Sierra, donde grupos falangistas y movimientistas
lograron agrupar mujeres y lumpen para situarlos frente al recinto policiario
en el que se encontraba preso Hugo Bánzer Suárez. Los sectores revolucionarios
sorprendidos y desorganizados no atinaron a planear una defensa coherente y se
limitaron a reunirse en sus locales.
En efecto, fabriles y
universitarios se parapetaron en sus respectivos edificios prestos a la
defensa. Esta situación no podía derivar más que en una pequeña escaramuza en
la que seguramente habrían vencido los revolucionarios; sin embargo el plan
montado comenzó a funcionar, la inmediata intervención del Regimiento
"Rangers" comandado por Andrés Selich Shop (uno de los asesinos del
Che), determinó que la ciudad cayera en poder de los sublevados.
Dueños de enormes
cantidades de armamento, los fascistas y los rangers atacaron los puntos de
resistencia popular sometiendo con rapidez los mismos. Comenzaron entonces los
asesinatos más repugnantes de que se tenga recuerdo en Santa Cruz. Oficiales al
mando de Selich, falangistas dirigidos por Carlos Valverde Barberí y
movimientistas encabezados por los hermanos Flores, penetraron en el recinto
universitario y en la Federación Fabril con metralletas en las manos y
barrieron con los prisioneros.
Cochabamba, Oruro, Sucre, Tarija
y otras ciudades del interior del país, cayeron rápidamente en poder de los
fascistas, con el simple pronunciamiento de sus guarniciones militares en favor
del golpe reaccionario.
EL ENFRENTAMIENTO ARMADO
Las acciones bélicas se
iniciaron en La Paz, más o menos al medio día del sábado 21 de agosto de 1.971,
cuando el Comando de la Asamblea Popular llamaba al pueblo a concentrarse en la
Plaza del Estadio, a fin de recibir armamento para oponerse al levantamiento
subversivo del fascismo Unos momentos antes, el Mayor Rubén Sánchez había
enviado una vanguardia para atacar desde Villa Armonía el Gran Cuartel de
Míraflores reducto principal del Regimiento "Castrillo" el primero en
anunciar su apoyo a los golpistas de Santa Cruz. Esa unidad del Regimiento
"Colorados de Bolivia" tomó, en efecto, posiciones frente al gran
Cuartel e inició un fuego de hostigamiento con armas livianas con la esperanza
de sofocar rápidamente la sedición.
La movilización del
verdadero pueblo en La Paz, la tarde del 21 de agosto fue realmente
impresionante. Cerca de cinco mil personas se agolpaban en la plaza reclamando
a gritos las armas prometidas para conquistar, por primera vez, el poder para
el pueblo y no así para defender al régimen torrista.
Los viejos fusiles máuser,
compañeros inseparables de trabajadores mineros y fabriles bolivianos,
aparecieron por doquier. Apenas pudo dotarse a esa masa combatiente de CINCO
CARTUCHOS... para luchar toda la tarde. Se podía contar con los dedos de una
mano las armas automáticas que poseían algunos revolucionarios. ¿Dónde se
encontraba el armamento que muchos revolucionarios exhibían en calles y plazas
durante el gobierno torrista? Algunos dirigentes se movían lejos, muy lejos de
los combates y entonces sus armas automáticas, en lugar de servir a la lucha se
convertían en simples artículos de exhibición.
Muchas veces hemos afirmado
que el pueblo boliviano es uno de los pueblos más valientes de la tierra. Esta
afirmación no es caprichosa y tiene una explicación. No conocemos otro pueblo
que responda con tanta prontitud, con mayor decisión y coraje a los
llamamientos de sus dirigentes a la lucha armada. Otros pueblos han sido
organizados, dirigidos y llevaron adelante sus luchas armadas de liberación
hasta la victoria. En nuestro caso se da el fenómeno de que basta un comunicado
radial, una resolución de la Central Obrera, para tener multitudes dispuestas
al combate. Y así fue el 21 de agosto. Cinco o seis mil hombres, mujeres,
ancianos y hasta niños de 14 años pedían armas y municiones para la batalla
que ya había comenzado.
LA BATALLA DE LAIKAKOTA
A las dos de la tarde en la
plaza de los monolitos, reinaba la más completa confusión. Esto era evidente
para todos, unos informaban que el ejército subía del Gran Cuartel hacia el centro
de la ciudad y que había que levantar barricadas, algunos grupos dando fe a la
noticia se ponían a organizar parapetos en todas las boca-calles. Lo que
ocurría en esos momentos era una hábil maniobra de los alzados de Miraflores.
Una escuadra del Regimiento abandonó el Cuartel y rápidamente ocupó las alturas
de la serranía de Laikakota provocando confusión entre los grupos
desorganizados de combatientes revolucionarios.
Las informaciones que
circulaban entre la gente eran de las más diversas: "en tal lugar están
repartiendo armas", "en tal lugar se pueden conseguir
armamentos", etc., etc., muchas de estas "informaciones"
llegaron a ser fatales como veremos después. La promesa de los dirigentes de la
Asamblea Popular se cumplió muy limitadamente, pues los escasos fusiles que se
repartieron no pedían significar mucho. Al mismo tiempo y en toda clase de
movilidades, también caminando seguían afluyendo, desde todas direcciones, más
y más revolucionarios dispuestos a plegarse a la lucha con cualquier arma.
Lamentablemente no existía el armamento indispensable, por ello la muchedumbre
tenía que resignarse a esperar la oportunidad de capturar o recibir un arma. De
cuando en cuando llegaban las movilidades del Ministerio del Interior y algunos
policías trayendo consigo escaso armamento que inmediatamente se agotaba dada
la alta demanda de pertrechos bélicos.
La fracción del
"Castrillo" apostada en el cerro de Laikakota, ganaba posiciones
poco a poco y prácticamente tenía ya a las tres de la tarde, más o menos,
tomada toda la colina. Varios disparos de mortero hicieron blanco en la
elevación al otro lado del corte de la Avenida del Ejército. Los soldados
envalentonados se disponían a avanzar sobre la plaza del estadio. En aquellos
momentos se produjo la acción más heroica de pequeños grupos sin dirección y
por propia iniciativa que determinó no solamente la paralización del avance
militar sino la pérdida de la mitad de la colina a manos de esos grupos
revolucionarios. Es muy posible que la fracción del "Castrillo"
hubiera tenido la misión de probar la capacidad combativa de los efectivos
revolucionarios concentrados en el estadio.
La lucha se trabó en forma
violenta por la posesión de la colina. Los grupos revolucionarios con su ejemplo
infundieron valor a la multitud que atacó victoriosamente consiguiendo el
repliegue de los soldados. Estos se hicieron fuertes en la mitad sur de la
colina, mientras eran atacados desde todas las direcciones y sectores. La
batalla principal se desarrolló entonces en la cima del cerro, separados los
frentes por cerca de 20 metros.
La fracción del
"Castrillo" se atrincheró fuertemente en una pequeña caseta y un arco
de cemento que existía en la cima y desde allí impedía los avances que
intentaban los diversos grupos de combatientes. El tiroteo era muy nutrido y
las bajas crecían en ambos bandos
LOS COMBATES EN VILLA
ARMONIA.
Mientras se sucedían los
combates en Laikakota, la lucha en Villa Armonía continuaba con sus propias
características; las posiciones de ambos bandos no variaban sustancialmente,
los fascistas apostados en el cuartel y los revolucionarios en la falda del
cerro vecino separados por una profunda quebrada (el río Orkojawira), cuyas
laderas abruptas hacían inútiles los esfuerzos de los revolucionarios para
acercarse a los muros del Cuartel. Sin embargo se sabe con evidencia que los
defensores del Gran Cuartel pasaban, en horas de la tarde alrededor de las 4,
una situación desesperada y se hallaban a punto de rendirse, más que por la
presión de los atacantes de Villa Armonía, por la perspectiva de verse sitiados
por el pueblo en armas que sólo anhelaba en esos momentos capturar ese cuartel
en busca de municiones y armamento.
La perspectiva del
"Castrillo" era negra, pues hasta entonces ninguna otra fracción del
ejército en La Paz había respaldado el golpe, y la posibilidad de una
retractación de los comprometidos aparecía como una pesadilla.
Luís Reque Terán, un otro
gorila oportunista, a la pesca de la Presidencia de la República, se había
estado moviendo desde la mañana a fin de lograr el acuerdo de todas las
unidades militares en torno al golpe, parlamentaba con Torres y le ofrecía su
apoyo, buscaba a los golpistas e igualmente les prometía su adhesión. En esos
trajines reaccionarios fue detenido por un grupo de universitarios armados que,
cometiendo un error, lo liberó graciosamente, cuando lo correcto habría sido
retenerle como prisionero del pueblo lo mismo que a Bánzer que por entonces era
prisionero del Ministro del Interior Jorge Gallardo.
Reque Terán ingresó al
promediar la tarde en el Gran Cuartel y prometiéndoles ayuda, les pidió, les
rogó, que resistieran y no capitularan. La intervención de este general salvó
al Gran Cuartel de caer en manos populares, lo cual hubiera constituido un
triunfo sensacional que bien podía ocasionar el colapso de todo el andamiaje
golpista y consecuentemente derivado en una insurrección triunfante.
En Villa Armonía combatían
conjuntamente los efectivos del Regimiento "Colorados" y un grupo del
ELN, lo mismo que revolucionarios dispersos. En las inmediaciones del Cuartel
se movían asimismo grupos de jóvenes revolucionarios que cooperaban en diversas
formas a los combatientes populares. En las primeras horas de la noche,
patrullas del ejército comenzaron a salir del cuartel en forma sigilosa para
sorprender a los atacantes. Una de esas patrullas logró apresar algunos niños
que distribuían municiones entre los revolucionarios. El grupo de muchachos
fue introducido al cuartel y comenzó el martirio de los jóvenes. Fueron
obligados a marchar de cuclillas y después de ser golpeados salvajemente fueron
asesinados a sangre fría y con disparos a quemarropa. Solamente hemos podido
recoger el nombre de uno de ellos: Vladimiro Reynaga Barriga, hijo y camarada
de lucha de un consecuente revolucionario que persiste en la lucha.
LA TOMA DE LA INTENDENCIA
DE GUERRA
La Intendencia de Guerra
ocupa un viejo edificio que se encuentra situado a unos cincuenta metros de la
Plaza del estadio. Ninguna disposición expresa había sido tomada por el comando
revolucionario para ocupar dicho cuartel y capturar las armas allí existentes.
El grupo
universitario-estudiantil, al margen de cualquier disposición, asaltó el
edificio reduciendo a la guarnición, luego de una corta pero tensa acción.
Inmediatamente se procedió, por órdenes de quienes hacíamos las veces de
dirigentes, a la requisa completa de todas las instalaciones y dependencias de
la Intendencia, lo cual dio como resultado el hallazgo de varios centenares de
fusiles máuser que estaban siendo sustituidos en el ejército por armas
automáticas y semiautomáticas.
El armamento capturado fue
eficientemente utilizado por los trabajadores y estudiantes que tienen
familiarización con esas armas. Muchos fusiles estaban casi inservibles y
algunos otros carecían de manivelas, en fin, otros se llegaban a romper en los
forcejeos de quienes pretendían armarse porque tenían el maderamen podrido:
Empero aún así, la acción fue altamente positiva pues se encontraron cantidades
apreciables de munición calibre 30 para carabinas, 9 mm para pistam, granadas
de mano (piñas), cananas, cascos de guerra y otros implementos que sirvieron
para continuar la lucha y sobre todo para vencer en Laikakota.
SIGUE LA LUCHA EN LAIKAKOTA
Por otro lado, la aviación
o el grupo aéreo de combate, tampoco se había pronunciado claramente. Así, más
o menos a las 4 y media de la tarde, dos cazas mustang, comenzaron a sobrevolar
Miraflores con claras intenciones agresivas y hostiles al pueblo y con el
visible propósito de amedrentarlo. A la segunda pasada a nadie le quedaba duda
a cerca de la posición de la aviación, pues los cazas ametrallaron las faldas
de la colina en la que se encontraban parapetados los revolucionarios. La
acción no era totalmente clara porque naturalmente los aviadores no tenían
informaciones precisas sobre la ubicación de los combatientes, tenemos sabido
que la colina estaba ocupada por ambos bandos, entonces cualquier acción aérea
devastadora podía alcanzar también al otro bando. Esta posibilidad fue
considerada por los combatientes de Laikakota que decidimos enviar un emisario
a consultar con el Comando sobre la posición de la aviación. Efectivamente, el
emisario cumplió velozmente su cometido y conversó con Lechín. Instalado el
viejo dirigente sindical en un jeep de la policía en la calle Casimiro Corral,
expresó que el Grupo Aéreo de Combate se encontraba firmemente al lado del
Gral. Torres y que se darían las instrucciones para que los aviones bombardeen
la colina de Laikakota para desalojar a los sublevados.
Naturalmente tal
disposición era incorrecta por la proximidad de los bandos en pugna. El
emisario pacientemente explicó a Lechín que deberían darse precisas instrucciones
para el ataque a la zona sur de la colina y de ningún modo al sector norte que
se encontraba en manos populares. Lechín agradeció infinitamente la
información y dio inmediatas instrucciones para comunicarse con el Alto.
Instantáneamente comenzaron a funcionar los "intercomunicadores". Con
esas buenas noticias retornó el emisario a la colina disponiéndose
inmediatamente el repliegue de los puestos avanzados populares que podían ser
alcanzados por los impactos aéreos. (Existe una foto conocida que muestra el
momento en que los combatientes bajaban de la Colina). La espera del anunciado
ataque aéreo duró aproximadamente una hora, los cazas no volvieron a aparecer
y, con la certidumbre de que la información de Lechín no era verdadera, se
procedió a re-ocupar las antiguas posiciones en la cima de la colina.
El atardecer caía
rápidamente....
Las primeras sombras de la
noche encontraron a los combatientes revolucionarios en la tarea fija de ocupar
la colina y luego lanzar un ataque al Gran Cuartel siguiendo la avenida
Saavedra. Los combates eran cada vez más encarnizados y por momentos se
percibía claramente la posibilidad de rendición de los efectivos sitiados del
"Castrillo".
Algunas radios portátiles
en manos de los combatientes informaron que el Regimiento "Tarapacá",
la pieza maestra de Torres instalada en la ciudad de El Alto para controlar la
ciudad y la zona de Viacha, se había plegado a la subversión y que dislocaba
sus equipos mecanizados hacia la ciudad partiendo de la Ceja de El Alto. Un largo
y sinuoso recorrido esperaba a estos blindados desde su cuartel hasta el
Cuartel General de Miraflores. El pueblo en los barrios populares, por los
cuales debía necesariamente pasar la columna, en forma desesperada y tenazmente
trataba de impedir el paso de los carros de asalto y tanques. En muchos casos
los oficiales al mando de la columna recurrieron a la infame mentira y
repugnante ardid de simular adhesión a Torres para lograr progresar en su
avance hacia el centro de la ciudad. La verdad es que esos mecanizados bajaban
a consolidar la tambaleante situación de la subversión al promediar la tarde.
El pueblo, en otros sitios,
se sentía inerme ante la arremetida de los monstruos de acero que ante el fuego
nutrido de armas livianas levantaban densas columnas de polvo, piedras y acero
con sus impactos secos y mortíferos. El pueblo de las zonas populares tiene
experiencia de combate, sabe derrotar regimientos de gorilas alzados, sin
embargo ésta vez fue engañado por los gorilas que si tienen gran habilidad para
la mentira. Cualquiera de los puentes que dan acceso a la ciudad pudo ser
volado y paralizado el avance de los carros de asalto, si naturalmente, hubiese
habido dirigentes que orienten la acción e informen al pueblo sobre las
verdaderas intenciones de los regimientos que convergían hacia el centro de la
ciudad. Nada de esto ocurrió porque los encargados de cumplir esas tareas se
pavoneaban con sus modernos armamentos allá donde no había peligro, pero podían
ser fotografiados y admirados por su "heroísmo". (Militantes del MIR
que habían recibido armas automáticas de parte del Ministro Gallardo,
efectivamente mostraban sus armas muy lejos de los combates)
LA VICTORIA DE LAIKAKOTA
Alrededor de las 8 de la
noche, los combatientes de Laikakota lanzaron el asalto final a la caseta
controlada por la fracción del "Castrillo" en la cima de la colina.
Al grito rebelde y
revolucionario de: ¡Victoria o Muerte!, los grupos combatientes del pueblo
pasaron al ataque capturando rápidamente toda la colina y desarmando a los
efectivos sobrevivientes que se rendían con lágrimas en los ojos, echando la
culpa de la terrible sangría a sus jefes que cobardemente los abandonaron en
sus posiciones dándose a la fuga. Algunos imprudentemente propusieron el
fusilamiento de todos los sobrevivientes, pero inmediatamente se impuso el
criterio correcto de ponerlos en libertad, toda vez que ellos, los soldados,
eran parte del pueblo y habían sido obligados a levantar las armas y disparar
contra él.
La lucha en la colina había
cesado. El triunfo correspondió al pueblo armado. Un profundo silencio se
apoderó de toda la ciudad que rodea la elevación de Laikakota. Se tenía la
sensación de que todo había terminado. Con intensa emoción, entre lágrimas y
abrazos, el único verdadero héroe: el pueblo simple y valeroso, vencedor
permanente de gorilas y fascistas, entonó con un nudo en la garganta la Canción
Nacional. ¡¡Qué vivo y sangrante resultaba aquel "morir antes que esclavos
vivir" proclamado y cantado por centenares de voces enronquecidas por la
sed y la fatiga!! Quienes vivimos aquellos inenarrables momentos de triunfo
popular y revolucionario, comprendemos que al escribir estas líneas, al
describir pálidamente lo grandioso de aquel instante de la historia nacional,
no se puede contener las lágrimas que humedecen nuestros ojos, ni la intensa
angustia que atenaza nuestro espíritu al pensar que estábamos muy equivocados
creyendo que esa victoria conduciría al triunfo final.
Muchas victorias al estilo
Laikakota condujeron a la consecución del triunfo nacional de abril, pero en
agosto-71 sólo fue un episodio, grandioso, heroico y al mismo tiempo aislado y
solitario.
Alguien, cualquiera,
propuso encender una hoguera que comunicara al pueblo todo, el triunfo de las
"manos vacías" frente al fascismo criminal, el triunfo de las palomas
sobre las escopetas. Muchos heridos eran transportados por los propios
revolucionarios y atendidos en la caseta que se había convertido en el último
reducto de los soldados donde se amontonaban cadáveres, heridos y también
ilesos que fingiéndose muertos esperaban evitar lo que ellos suponían iba a ser
una venganza de los vencedores.
LOS TANQUES LLEGAN A
MIRAFLORES
Entretanto los vehículos
del "Tarapacá" habían llegado ya a la Plaza Murillo y sus efectivos
tomaron sin lucha alguna el Palacio de Gobierno. Juan José Torres que momentos
antes juró luchar hasta la muerte, precipitó el desbande general asilándose en
la Embajada peruana.
Los tanques y carros de
asalto, después de ocupar el Palacio Quemado siguieron su marcha en dirección a
Miraflores con objeto de auxiliar al Gran Cuartel levantando el sitio que
realizaba el pueblo. Los combatientes que minutos antes habían capturado Laikakota
bajaban de la colina, súbitamente fueron sorprendidos por voces presas de
pánico: "Vienen los tanques". Evidentemente a escasos cincuenta
metros de la plaza del estadio surgió la sombra de un carro de asalto, sin
oruga, con un potente reflector que alumbraba directamente a los últimos grupos
que permanecían en la plaza. Un altavoz que lúgubremente repetía:
"....diez minutos para alejarse de la plaza.... cinco minutos para
dispersarse....", " tres minutos para despejar las calles....",
recordaba los tanques nazis aplastando poblaciones y ciudades.
Un pequeño grupo armado de
fusiles garante, máuser y metralletas, intentó detener el avance pretendiendo
destruir un tanque y desde corta distancia dispararon nutridamente todos a la
vez con la esperanza de tocar algún punto vulnerable del mecanizado, pero los
impactos no parecieron conmover al monstruo de acero que respondió con una
andanada ciega y cuyo reflector comenzó a otear la oscuridad vanamente pues
los combatientes se encontraban bien parapetados y cubiertos por las sombras.
Escuchando las
transmisiones de Radio Illimaní, muchísimas personas dejaban centenares y
millares de botellas vacías que pudieron ser utilizadas perfectamente como
"cócteles Molotov", sin embargo no existía ni gasolina ni otro combustible
para el preparado y los tanques y carros de asalto, después de despejar la
plaza, pasaron de largo haciendo ulular sus sirenas que interpretan la única
melodía digna del fascismo, hacia el cuartel General de Miraflores sellando de
este modo la victoria militar fascista.
Radio Illimani, capturada
intacta por los amotinados reinició casi inmediatamente sus transmisiones con
los típicos slogans patrioteros, demagógicos y anti-populares del fascismo.
Lechín se retiraba más o
menos a las 11 de la noche por la plaza Uyuni y decía: "....otra vez
será... .hay que empezar de nuevo.... hay que deponer las armas y pasar a la
clandestinidad.." No obstante todos sus defectos y errores, Lechín
"el viejo", supo mostrar la cara, asumir las responsabilidades ante
la subversión y en esta forma salvar gran parte de su responsabilidad personal.
Nuestra versión coincide con la que presta Lupe Cajías en su conocida obra
“Historia de una Leyenda” en la que señala:
«Al pasar por la Plaza
Uyuni vimos a Coco Echazú que seguía resistiendo con su grupo... Ya se
escuchaban gritos de viva el MNR, viva Falange...» (*)
¡DEPONER LAS ARMAS! ¿Qué
significa deponer las armas ante el fascismo? A veces parece lógico, humano y
razonable, deponer las armas y volver al cauce político de la lucha social. Sin
embargo nuestra actual lucha se libra contra fuerzas que no representan los
intereses ni sentimientos de sector alguno del género humano: el fascismo
encarna los instintos primarios de bestias con apariencia humana que,
paradójicamente, aún subsisten a más de un millón de años de que el hombre
irguió su columna vertebral.
Jamás el pueblo deberá
"deponer las armas" cuando lucha contra el fascismo. ¡¡Que sirva
como lección!!, no solamente al pueblo boliviano sino también a todos los pueblos
del mundo. Desarmarse ante el fascismo significa tomar el camino de los judíos.
El fascismo convertirá a quien se le rinda en guiñapo, le quitará su condición
de ser humano, por eso mismo los revolucionarios, ante el fascismo, debemos
gritar bien alto y muy fuerte:
“¡¡VICTORIA O MUERTE!!”
Aisladamente y en
diferentes lugares de la ciudad, se produjeron también, el 21 de agosto,
infinidad de enfrentamientos limitados y asesinatos de parte de grupículos
fascio-movimientistas que disparaban cobardemente y por la espalda a los
combatientes revolucionarios que habían ganado las calles. Estas despreciables
alimañas se encontraban las más de las veces bien protegidos en las ventanas
de sus domicilios o parapetadas en los tejados.
Un ejemplo de la ruindad
militar-fascista fue el episodio que protagonizaron los fascistas en el
Ministerio de Defensa: Radio Illimani, engañada, propaló la información de que
en aquel Ministerio se distribuían armas al pueblo para la lucha antifascista,
presurosos y entusiastas llegaron hasta allí diversos grupos de estudiantes y
obreros mineros. Criminalmente apostados esperaban los asesinos en el interior
del edificio, dejaron que la multitud se aproximara y minutos más tarde el
traqueteo tartamudo de las ametralladoras pesadas era el único testimonio de la
vileza fascista, mientras los cuerpos sin vida de jóvenes y trabajadores eran
retirados a duras penas por sus compañeros sobrevivientes. ¡¡Acciones
execrables de esta magnitud protagonizaron los "defensores del mundo
libre" en su afán de oponerse a los cambios!!
En Sopocachi, el
humanitario sacerdote Mauricio Lefebre sería cruelmente asesinado, privado de
auxilio para ser rescatado y curar sus heridas y finalmente rematado, cuando
cumplía sacrificada tarea cristiana de auxiliar a heridos.
Los cobardes
francotiradores fascistas e “izquierdistas nacionales”, aprovechando la enorme
confusión que reinaba en la ciudad, se dedicaban metódicamente al crimen. En
cualquier plaza, calle o lugar de la ciudad se oía un disparo y entre la
multitud alguien caía muerto o herido y nadie sabía quien había disparado.
Incontables bajas se produjeron de este modo.
La batalla de La Paz había
concluido, el triste camino de la retirada, del exilio, de la clandestinidad,
de la soledad había comenzado. La noche era muy negra y muy densa.
«Terminaba aquella jornada
trágica y heroica de agosto de 1.971.» (**)
Notas:
(*) CAJÍAS, Guadalupe
(Lupe). “Historia de una leyenda”. Pág. 314.
(**) ECHAZU ALVARADO,
Jorge. “El militarismo boliviano”. Obra de consulta.
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