La tortura como escisión de
cuerpo y mente
23/11/2012
Con la inauguración de la
Comisión Memoria y Verdad del Gobierno brasileño sale a la luz con toda su
barbarie la tortura como método sistemático del Estado dictatorial militar para
combatir a sus opositores. Ya se han estudiado detalladamente estos procesos de
deshumanización del torturado y también del torturador. Éste precisa reprimir
su propia humanidad para practicar su acto inhumano. No sin razón muchos
torturadores acabaron suicidándose por no aguantar tanta perversidad.
Quiero,
sin embargo, destacar un punto no siempre presente en la discusión que ha sido
muy bien analizado por los psicoanalistas, especialmente en la Alemania posnazi
y entre nosotros por Hélio Peregrino, ya fallecido.
Lo más
terrible de la tortura política es que obliga al torturado a luchar contra sí
mismo. La tortura escinde a la persona por la mitad. Coloca la mente contra el
cuerpo.
La mente
quiere ser fiel a la causa de los compañeros, no quiere de ninguna manera
entregarlos. El cuerpo, sometido a extrema intimidación y humillación, para
verse libre de la tortura tiende a hablar y a hacer así la voluntad del
torturador. Esta es la escisión.
Pero hay
que resaltar un punto: la persona torturada cuando es presa del pánico y el
pavor puede ser víctima de mecanismos inconscientes de identificación con el
agresor. Al identificarse con él, consigue psicológicamente exorcizar por un
momento el pánico y así sobrevivir.
El
torturado que sucumbió a esta desesperada contingencia de autodefensa,
incorpora siniestramente la figura del torturador. Éste consigue abrir una
brecha en el alma del torturado, alcanza a penetrar en aquella última
intimidad, allí donde residen los secretos más sagrados y donde la persona alimenta
su misterio. Sobrepasa por tanto los umbrales últimos de la profundidad humana
para poseer a la víctima y hacerla otra persona, alguien que acaba reconociendo
ser de hecho subversivo, enemigo de la patria y de la humanidad, un traidor de
la religión, un maldecido por Dios, un excomulgado de la Iglesia, alguien que
está de parte del demonio. Los torturadores Albernaz y Fleury eran expertos en
esta perversidad. Fleury dijo directamente a fray Tito, como aparece en el
terrorífico film de Ratton “Bautismo de Sangre”, basado en el libro de fray
Betto con el mismo nombre, que dejaría en él marcas que jamás olvidaría.
Efectivamente, consiguió escindirle la mente y el cuerpo y penetrar en su más
profunda intimidad hasta el punto de que, en el exilio en Francia, él sentía en
todo momento la presencia de su verdugo. Dejó una nota antes de quitarse la
vida: «prefiero quitarme la vida a morir».
Este tipo
de tortura es especialmente malvada porque hace de la deshumanización el eje de
una práctica sistemática de ciertos agentes del Estado. Si la categoría
anti-Cristo aún significa alguna cosa, debe ser configurada dentro de este
cuadro infernal. Se trata de la completa subversión de lo humano y de sus
referencias sagradas. Es con seguridad uno de los mayores crímenes de
inhumanidad que puedan existir.
Tales
perversiones no pueden entrar dentro de ninguna amnistía. Los torturadores
cargan en su alma y en su mente el estigma de Caín. Por dondequiera que vayan
la vida los acusará porque violaron su sacralidad suprema.
Leonardo
Boff
Y todavía
está la tortura de los desaparecidos, que crucifica a sus seres queridos. Por
ejemplo, hubo una guerrilla en la región del río Araguaia hasta hoy no
reconocida totalmente por los militares. Allí se cometieron todos los excesos:
cortaban la cabeza y los dedos a los guerrilleros muertos y los enviaban a
Brasilia para identificarlos. Hicieron desaparecer sus cadáveres. Hicieron
desaparecer las vidas y pretenden ahora borrar las muertes. Y las familias
viven una pesadilla que no tiene fin. Cada timbre que suena en casa funciona
como un viento que sopla las cenizas y reaviva la brasa de la esperanza,
seguida de amarga decepción: ¿Será él que vuelve? Otros dicen: “no nos mudemos
de casa porque todavía puede volver… y qué sería de él si no estuviéramos aquí
para el abrazo, el beso y las lágrimas?”
Los
torturadores y sus jefes están ahí, ahora amenazados por el movimiento Levante
Popular de la Juventud que no les deja en paz la conciencia. A ellos quisiera
yo, como teólogo perseguido aunque no torturado, gritarles al oído el clamor de
Jesucristo: “A vuestra generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los
profetas, de los perseguidos y de los torturados, de su sangre derramada desde
el principio del mundo. Sí, os aseguro que se os pedirá cuenta de esta
sangre”(Lc 11,50-51).
Traducción
de María José Gavito
Podrá
haber una amnistía pactada por los hombres. Pero no habrá amnistía ante la
conciencia y ante Aquel que se presentó bajo la figura de un preso, torturado y
ejecutado en la cruz, Jesús, el Nazareno, cuando como Juez Supremo juzgará
especialmente a aquellos que violaron la humanidad mínima. Llegará el día,
supremo día, en que todos los desparecidos aparecerán. Vendrán, como dice el
Apocalipsis de la gran tribulación de la historia. Sí, ellos volverán con el
Viviente. Y entonces no habrá más espera ni palpitación de los corazones. El
Viviente, también torturado un día, anulará todas las distancias, enjugará
todas las lágrimas e inaugurará el Reino de los sacrificados y desaparecidos,
ahora vivos, liberados y encontrados. Entonces será definitivamente verdadero:
«Nunca más una dictadura. Nunca más desaparecidos. La tortura nunca más».
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